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Salimos tempranito de Cartagena para llegar al final de la Playa de Bolnuevo, en Mazarrón y emprender, en principio, una ruta por las calas vírgenes de Mazarrón, ya que remar por zonas edificadas no es tan gratificante como hacerlo por parajes inhóspitos, evidentemente.

 

 

Aterrizamos el “Palomo Centenario” en el generoso parquin que hay bajo Las Gredas, Ciudad Encantada o Erosiones de Bolnuevo, Patrimonio Natural de la Región de Murcia. Rocas en forma de hongo nuclear tipo Tsar -o bomba del Zar- originadas por la erosión eólica y el agua de lluvia. Un café y una tostada con mantequilla y mermelada en el Oasis de las Palmeras, situado al final de la playa, al inicio de la subida del Cabezo de Bolnuevo y entramos en faena.

 

Una vez salido a remar desde el final de la playa de Bolnuevo, con calma total, enseguida nos encontramos con Punta Cueva de Lobos. Si bien en principio íbamos directos hacia las calas, nos llaman la atención dos recovecos: el primero en sentido de la marcha tiene una pequeña cueva, a la cual se puede acceder remando. Primera sorpresa antes de llegar a nuestro destino. Tras hacer el ganso un poco dentro de la cueva salimos y recorremos escasos cincuenta metros para encontrarnos de nuevo con otro, el segundo recoveco. Remamos hacia dentro y tachán: la cueva más grande que hemos remado hasta la fecha por nuestras aguas. Es la Cueva de Lobos, dado el nombre del Cabo, pero los lugareños nos dijeron que se llama Cueva de Puntabela con b o de Bolnuevo.

Lo cierto es que la cueva, llame como se llame, es una pasada. Tiene forma de herradura, entrando por una abertura y saliendo por otra. Como todas las cuevas, es base de palomas y alguna que otra ave. Remar y que te salte una paloma a un metro de tu cara es como cuando de pequeño ibas montado en el tren de la bruja y te atizaba con la escoba nada más entrar en el túnel: mola y no mola a la par.

Saliendo de la cueva – la verdad que con semejante descubrimiento ya podíamos ir a dormir ese día- pusimos rumbo a Punta Negra, pero bordeando la costa, haciendo escala en cada una de las calitas, con el baño obligatorio en cada una de ellas, como en una cata de vinos, pero de playas: El Rincón, Cala de Piedra Mala, Playa de Puntabela, Playa Cueva de Lobos y Playa Amarilla, La Grúa, Cala Leño, además de un par cuyo nombre debe constar en el cartel habilitado, pero entrando desde tierra, no desde mar. Voy a tener que comprarme un Derrotero.

Una vez llegado a Punta Negra emprendimos el viaje de vuelta, con un poco de Jaloque que nos golpeaba por la amura de estribor, nada serio, pero dificultando un poco el regreso al tener que remar contínuamente por babor para compensar la deriva. Visita obligatoria a la Isla de Lobos, sin parar ni acercarnos mucho, que está catalogada como ZEPA (Zona Especial de Protección de Aves).

Hasta finales de los sesenta, principios de los setenta la habitaban focas monje del Mediterráneo o foca fraile mediterránea, Monachus monachus, conocidas popularmente como lobos marinos. De ahí, el nombre Isla de Lobos. Hoy la habita algún esquivo cormorán, alguna gaviota chulapona y el paiño europeo, ave catalogada “vulnerable”.